La superficie como reflejo del uso: símbolo y función en diálogo
- Gabriel Escobales Cabrera
- May 16
- 2 min read
En arquitectura, la superficie no puede ser tratada como un simple revestimiento decorativo separado del uso del edificio. La superficie o contorno de un objeto arquitectónico tiene una relación directa con su función. A su vez, esta piel arquitectónica puede ser portadora de significado simbólico, lo que complejiza su rol más allá de lo cubridor. Ambas dimensiones, la simbólica y la funcional, deben estar en diálogo para lograr una arquitectura coherente y efectiva. Por tanto, la superficie arquitectónica debe ser entendida como parte integral del diseño y no como un elemento aislado, pues su forma y significado están profundamente ligados al uso del espacio.
La superficie de un edificio está inevitablemente ligada a su función. Más allá de una piel visual, define cómo se percibe y accede al interior, influenciando directamente la experiencia espacial. Por ejemplo, dos edificios con funciones distintas no pueden tener la misma piel; sus programas exigen una relación distinta entre el interior y exterior. La forma en que la superficie se abre o se cierra, se expande o se contrae, debería hablar del uso que ocurre detrás de ella. Así, el contorno no es solo un borde visual: es la primera mediación entre el edificio y su entorno, y debe expresar su programa.
Al mismo tiempo, la superficie puede cargar con un significado simbólico que enriquece la lectura del edificio. Elementos como materiales, texturas o geometrías pueden construir narrativas que trascienden la función inmediata. Por ejemplo, una iglesia puede presentar una fachada monumental que remite a lo sagrado, mientras que su estructura interna responde a requerimientos prácticos. Este simbolismo no niega la función, sino que puede intensificarla, dándole un carácter que complemente su uso. En este sentido, la superficie es un umbral: una transición necesaria que conecta lo que se hace dentro con lo que se comunica afuera.
La arquitectura no debería separar lo simbólico de lo funcional: ambos aspectos deben convivir en la superficie del edificio. Diseñar una piel coherente con el uso no significa eliminar el simbolismo, sino integrarlo en una narrativa espacial completa. La superficie es donde termina un cuerpo y empieza otro, pero también donde se negocian significados, funciones y contextos. Solo cuando es entendida como parte del todo arquitectónico, la superficie deja de ser mero decorado para convertirse en un componente activo del diseño. Por eso, lo útil y lo simbólico no deben enfrentarse, sino dialogar a través del contorno del objeto arquitectónico.
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