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La Obra como el Proceso

  • Writer: Gabriel Escobales Cabrera
    Gabriel Escobales Cabrera
  • May 16
  • 2 min read

A lo largo de la historia, tanto en el arte como en la arquitectura, ha existido una especie de tensión constante entre dos ideas: por un lado, la búsqueda de perfección, de una obra cerrada y definitiva; y por otro, la aceptación de lo incompleto como parte del proceso creativo. Este último enfoque, conocido como nonfinito, propone que lo inacabado no es sinónimo de falla, sino una forma válida y poderosa de expresión. A partir del ensayo “NONFINITO – The Art of Unfinished”, publicado por TSOFA, y cruzándolo con formas contemporáneas de hacer arquitectura, se plantea que dejar la obra abierta, en proceso, puede ser una decisión intencional que enriquece el resultado final y amplía su significado. Más que un descuido o una limitación, lo inacabado se convierte en una estrategia que permite al espectador o al usuario completar el sentido.

Hoy en día, algunos arquitectos están adoptando esta manera de pensar en sus proyectos. En lugar de ocultar las entrañas de un edificio o maquillar sus imperfecciones, se apuesta por una arquitectura honesta, que deja ver sus procesos, sus capas, sus refuerzos y materiales sin disimulo. Este enfoque no busca que la obra parezca perfecta desde el inicio, sino que muestre que está viva, que puede cambiar con el tiempo, el uso y el entorno. Lo provisional, lo expuesto, lo que parece sin terminar, se convierte en parte de la estética. En este sentido, la arquitectura se asume como algo en constante transformación, una forma abierta que no se clausura ni se impone como definitiva. Esta manera de diseñar se aleja de los estándares globales que tienden a uniformar, y en cambio valora lo particular, lo artesanal, y las condiciones reales del lugar.

Este pensamiento tiene también raíces profundas en la historia del arte. El ensayo de TSOFA nos recuerda que muchas veces lo inacabado fue una elección deliberada. Desde esculturas que parecen brotar de la piedra sin completarse del todo, hasta obras contemporáneas que rechazan un final claro para invitar a múltiples lecturas. Lo nonfinito no es solo una técnica, es también una postura filosófica: aceptar la imperfección, reconocer que toda obra está sujeta al tiempo, a la mirada del otro, al cambio. En culturas como la japonesa o la islámica, incluso, la imperfección y lo inacabado son parte central del proceso creativo. No se trata de fallar, sino de dejar espacio para la interpretación, para el error, para lo humano.

Así, tanto en la arquitectura procesual como en el arte que apuesta por el nonfinito, lo que realmente importa no es la forma terminada, sino el camino recorrido. La obra ya no es solo un objeto, sino una conversación constante entre la materia, el tiempo y la intención. Cada error, cada ajuste, cada parte no resuelta deja una huella, un registro del proceso. Claro, hay diferencias entre disciplinas: en arquitectura, lo inacabado muchas veces responde a límites físicos o presupuestarios; en el arte, se trata más de una elección simbólica. Pero en ambos casos, el mensaje es similar: lo inacabado no es una falta, es una apertura. En un mundo obsesionado con la velocidad y los resultados inmediatos, dejar algo sin terminar —o al menos, abierto al cambio— puede ser un acto de resistencia y una forma más honesta de crear.

 
 
 

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